España 1910-1942
Empujada por la noche romántica y bruna
la hoz sin mango de la nueva romántica luna
astros siega en los campo serenos del cielo zafir.
A la orilla de la límpida, tersa laguna,
maldiciendo su infeliz y contraria fortuna,
no se ve harto Aben Zur de gemir.
Fue vencido en guerrera contienda,
grandiosa, tremenda,
por un ínclito rey español.
En la lucha perdió su caballo, su más regia prenda,
que bebía los vientos si floja llevaba la rienda,
y llevaba lo crines mojados de rayos de sol.
Y perdió sus valientes cabilas,
su camello de cuellos combados y altiva testuz,
y su alcázar, con harem, donde garzas pupilas
destellando entre nubes de incienso de anfóricas pilas,
en horas tranquilas,
le embriagaban de amor y de luz.
Todo, todo lo perdió el melancólico moro…
¡ay! por eso gimiendo así está.
De aquel su tesoro
opulento ni un gramo de oro,
ni una perla le queda allí ya.
Ni un aduar miserable y pequeño
donde rumie su triste dolor,
ni la gracia del labio risueño
de una hurí, que desfrunza su ceño
con la magia triunfante de cantos ungidos de amor.
A la orilla de la mansa laguna platina
Aben Zur de llorar aún no cesa:
el alfange, a la tierra doblado se inclina
rota tiene la daga lo mismo que la yacerina,
y en el alto alquicel se ilumina
de sangre una fresa.
¡Aben Zur! una voz que en su acento
lleva arrullos de brisa sutil,
suavidades de lánguido viento,
oye el moro y se alza violento…
Le es amigo el acento aquel lleno de ritmos de Abril.
A su lado ve una grácil y blanca figura.
-¿Tú, Zoraida? ¡Tú! ¿Lograste del rey escapar…?
-Sí, Aben Zur…Cese ya tu amargura.
Y en la noche pura
ya no se oye Aben Zur sollozar.
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